Guillermo el Conquistador – 1066 Por sorprendente que parezca, la coronación de Guillermo de Normandía no prometía ser tan polémica como al final fue. Aunque los sajones no estaban precisamente contentos con su derrota, necesitaban un rey, y Guillermo necesitaba una corona para consolidar su posición, así que todos salían ganando. La ceremonia se desarrolló según lo previsto, en inglés y francés, y todo fue bien hasta que los animosos testigos celebraron entre vítores y ovaciones lo maravilloso que había resultado todo. Las leales tropas normandas de Guillermo, que montaban guardia en el exterior de la abadía de Westminster, confundieron este estrépito con un enfado monumental entre franceses e ingleses. Como supusieron que sus hermanos lo tenían todo controlado en el interior, salieron a prender fuego a todo lo que pudieron —que, en 1066, era casi todo— y se dedicaron a saquear y, en general, a provocar un auténtico motín real. Mientras los asistentes abandonaban a toda prisa la abadía, Guillermo obligó a los horrorizados sacerdotes a continuar la ceremonia hasta el momento en que le coronaban finalmente Rey, antes de poner pies en polvorosa hacia un lugar seguro. Rey Juan – 1199 ¿Quién no conoce la historia del rey Juan por el famoso Robin Hood? Tal fue su mal comportamiento, que hasta sus barones tuvieron que obligarle a cumplir la Carta Magna, aunque los peores presagios con él se acabaron cumpliendo. Su ceremonia de coronación la pasó riendo y actuando, digamos, de un modo poco digno para un rey. Cuando por fin consiguieron colocarle la corona, no se le ocurrió otra cosa que marcharse de la abadía, dejando al clero y a los nobles con un palmo de narices. Jorge IV – 1821 Todo apunta a que esta fue la coronación más extravagante y fastuosa de la historia. Y también la más desastrosa. Jorge quería superar a Napoleón, así que hizo todo lo posible por que quedara constancia de ello. Para su desgracia, en su plan obvió un pequeño detalle: su esposa. Está perfectamente documentado que Jorge IV y la princesa Carolina se aborrecían mutuamente. A pesar de ello, se casaron y lograron traer al mundo a una hija, tras lo cual no quisieron saber nada el uno del otro. Cuando Jorge IV se convirtió en rey, el mero hecho de que Carolina fuera coronada reina junto a él le horrorizaba tanto que hizo todo lo posible por posponer la coronación durante un año para intentar divorciarse de ella y, así, negarle el derecho a reinar. Pero Carolina no renunció a su corona, por lo que llegó a la Abadía de Westminster el día señalado para ocupar el lugar que le correspondía en el altar. La respuesta de Jorge fue situar a sus cuerpos de oficiales en las puertas de la abadía y ordenar a sus guardias que no ingresara bajo ningún concepto a la ceremonia. Carolina, sin embargo, no se amilanó y, a voz en grito, recorrió de punta a punta la abadía buscando el más mínimo resquicio para entrar. Fue tan tenaz, que los guardias no tuvieron más remedio que amenazarla con sus armas para que depusiera su actitud. Tras impedir la coronación de Carolina, Jorge, que se las prometía muy felices, se dirigió al opulento banquete que había preparado en Westminster Hall. Consiguió reunir a nada menos que a 2000 nobles y señores, aunque muchos de ellos comenzaron a desmayarse debido al calor reinante. Por si no fuera suficiente despropósito, de 26 candelabros gigantes, que no disponían de bandejas de goteo adecuadas, comenzó a llover cera del techo a mitad del banquete sobre los asistentes que estaban sentados justo debajo, ataviados con sus mejores galas. Jorge IV 0 – Napoleón 1. Reina Victoria – 1838 La falta de ensayos provocó que la coronación de Victoria resultara un poco caótica. Nadie sabía lo que tenía que hacer: hubo señores mayores rodando escaleras abajo (parece que la caída de un tipo llamado Lord Rolle no tuvo precio), también damas de honor tropezando con sus vestidos y, por si fuera poco, Victoria abandonó la ceremonia antes de tiempo sin darse cuenta. Cuando estaba a punto de quitarse sus ropajes ceremoniales, le dijeron que tenía que volver a la abadía para concluir la ceremonia porque el obispo de Bath and Wells se había saltado dos páginas de la liturgia. Por si no fuera suficiente, un error de comunicación provocó que el anillo de coronación se diseñara para el dedo meñique de Victoria y no para el corazón. El arzobispo de Canterbury, que no quiso ir en contra del protocolo, le colocó el anillito a la fuerza en el dedo corazón. En total, la coronación se alargó 5 horas y, a su conclusión, hubo que poner mucho empeño y grandes cantidades de hielo para retirar con dolor el anillo. Así que, visto lo visto, Carlos III no se puede quejar de esa llovizna que acompañó a su ceremonia.